Cuando tenía 12 años, una familia de
inmigrantes japoneses, conocedores de su situación, decidieron adoptarlo. Así
que Gaby supo por fin lo que era tener una familia y vivir lleno de cariño. Por
supuesto que aprendió todas las costumbres de los japoneses y algo que sería de
suma trascendencia en su vida: aprendió a hablar muy bien el japonés.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Gaby se
enlistó en la Marina
de Estados Unidos. Al enrolarse como soldado raso informó a sus superiores que
hablaba bien el japonés, por lo cual de inmediato la Marina lo comisionó a la Unidad de Inteligencia
Naval R2, destinada al Pacífico.
Su primera labor fue como intérprete e
interrogador de los prisioneros japoneses. Más luego le tocó participar en la
invasión de las islas Marianas, llegando a la llamada Saipan, la isla
principal, estratégico bastión ocupado por Japón.
Los japoneses la defendieron a muerte.
Su código de honor les impedía caer presos, por lo cual preferían morir a ser
capturados. El ejército japonés había aleccionado muy bien a sus combatientes,
haciéndoles creer que si los americanos capturaban a sus familias, a sus hijos,
los iban a rostizar y se los comerían. Por ello, cientos de civiles, campesinos
y pescadores, se lanzaban desde los riscos de las islas al ver que se
aproximaba el enemigo. El propio Gaby fue testigo de cómo los padres de familia
lanzaban a sus pequeños al vacío, en una escena que horrorizaría hasta al más
desalmado.
La batalla fue tan dura, que durante
las primeras 15 horas, hubo un total de 30 mil muertos sumando los de ambos
bandos. Ante semejantes acontecimientos,
el comandante de la Unidad
temía que hubiera demasiadas bajas, ya que los japoneses nunca iban a aceptar
rendirse pacíficamente. Más Gaby se atrevió a realizar algo por su cuenta,
aunque esto era demasiado arriesgado.
Realizó una expedición en solitario
por Saipan, encontrándose a tres soldados japoneses heridos, que se habían
escondido entre varios cadáveres. Al descubrirlos Gaby les ordenó rendirse,
gritando en perfecto japonés. Uno de los soldados quiso disparar, pero fue
acribillado por Gaby. Los otros dos aceptaron rendirse. Cuando volvió al
campamento con los dos prisioneros, en lugar de felicitaciones recibió una
magnífica reprimenda de parte del Capitán. Le prohibieron estrictamente
realizar incursiones en solitario. Si desobedecía la orden sería arrestado y
enjuiciado. Pero Gaby desatendió la orden y a la noche siguiente salió de nuevo
regresando con 12 prisioneros. El Capitán se mostró molesto, pero no tomó
ninguna medida por su insubordinación. Así que Gaby salió de nuevo la siguiente
noche y esta vez regresó con 50. Y casi sin disparar un solo tiro.
¿Cómo lo lograba? Simplemente hablando
con los japoneses. Gaby tenía un gran poder de persuasión y hablaba japonés, lo
cual era una enorme ventaja. Una mañana acorraló a dos soldados japoneses y los
convenció de entregarse. Les dijo que tenían totalmente rodeada la isla, con
artillería, barcos y lanzallamas. Les dijo que lo mejor era rendirse, que
serían tratados con un código de honor, los tratarían con dignidad
manteniéndolos prisioneros hasta que terminara la guerra después de lo cual
serían regresados al Japón, sanos y salvos.
Gaby habló y habló y habló. No había
necesidad de morir, cuando podían rendirse en condiciones honorables. Y logró
convencerlos, pero eso no fue todo. Uno de los soldados japoneses le dijo
“Tengo que hablar con mi superior, hay más compañeros en aquella cueva”. Gaby
aceptó a que éste volviera a la cueva, mientras él permanecía con el otro
soldado japonés allí mismo. Poco después regresó el soldado con varios
oficiales japoneses y sus escoltas. Dignos, serios y bien armados. Venían a
dialogar.
Le preguntaron a Gaby el significado
de su propuesta. Él les ofreció cigarrillos, les pidió que se sentaran para
dialogar y les dijo “Mi general admira su valor y ordena a nuestras tropas ofrecer
a los sobrevivientes de su intrépida hazaña de ayer entregarse pacíficamente.
Serán llevados a Hawai, donde hay hospitales para atender a sus heridos. No
debe haber más baños de sangre”. Hablaron durante largo rato y parecía que los
japoneses no estaban dispuestos a dar su brazo a torcer, más de pronto
aceptaron la propuesta. Regresaron los japoneses a la cueva y Gaby vio como
comenzaban a salir soldados. Filas, filas y filas.
Gaby no podía creerlo. Había toda una
compañía adentro: cientos y cientos de soldados japoneses armados. La escena
era impactante. Ellos eran alrededor de 800, rindiendo sus armas ante un
soldado mexicano de tan solo 17 años. Fácilmente pudieron haberlo echo
picadillo.
Ningún soldado americano, ni antes ni
después, en toda la historia de Estados Unidos ha logrado capturar a tantos
enemigos como Guy Gabaldón, el gamoso Gaby. En total fueron 1500, entre civiles
y militares, durante aquella campaña en Saipan.
Después de la guerra, su capitán,
envió una recomendación al gobierno de Estados Unidos para que le dieran a Gaby
la Medalla Congresional
del Honor. Más no fue aceptada la propuesta. ¡Cómo dársela a un mexicano!. Pero
en cambio le fue entregada la prestigiosa Cruz de la Marina.
Su historia fue llevada a la pantalla
en una película llamada “Del infierno a la eternidad”, aunque el papel lo
interpretó un gringo: Jeffrey Hunter.
Cincuenta años después Gaby volvió a
Saipan. Eran los años ochentas y se instaló en la isla, más luego se horrorizó
al ver el alto índice de criminalidad que ahí prevalecía. Por lo cual emprendió
un programa para apoyar a la juventud de Saipan y rescatarlos de aquél ambiente
de violencia. Hoy su nombre es bien recordado por los habitantes de aquél
lugar.
Y pensar que Guy Gabaldón, Gaby, era
un niño mexicano que boleaba zapatos para sobrevivir.
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