Cuando un joven azteca
decidía casarse, hablaba con su padre, quien procedía a enviarle regalos al padre de la
novia por intermedio de un par de ancianas. Este, rechazaba los regalos
manifestando que los presentes no igualaban a la dote de su hija, y esperaba a
que volvieran a hacerla una nueva oferta. Así se la pasaban las ancianas, yendo
y viniendo hasta que los regalos eran aceptados por el padre de la novia. En
ese momento se fijaba la fecha de la boda.
Los padres de los novios
debían acudir ante el sacerdote para preguntarle si los dioses estaban a favor
del casamiento, si este les contestaba favorablemente, entonces ya se
formalizaba debidamente el matrimonio.
Llegado el día de la boda,
una de las ancianas cargaba sobre sus hombros a la novia y la llevaba a la
puerta de la casa del novio. Ahí se organizaba una gran fiesta donde todo mundo
era invitado y se bebía pulque en abundancia.
Después de la boda, la
pareja debía ayunar por espacio de cuatro días, y solo después de haber pasado
por este período de purificación les era permitido unirse en la intimidad de su
nuevo hogar.
Entre los aztecas el
divorcio era algo totalmente normal. El hombre podía separarse de su mujer si
ésta estaba incapacitada para darle hijos. Mientras que la mujer podía
abandonar al hombre si éste no cumplía con sus obligaciones como marido,
llevando alimentos y vestido a su casa, o simplemente porque tuviera mal genio.
Luego del divorcio ambos podían volverse a casar, tan solo en el caso de la
mujer había la restricción de que no podía casarse con un hermano de su ex
marido.
A los hombres les era
permitido tener relaciones sexuales con otras mujeres, siempre y cuando estas
no estuvieran casadas. También existía la prostitución, y era normal que la
gente del pueblo entregara sus hijas a la realeza, para que los nobles las
convirtieran en sus amantes.
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